Y subiste junto a él.
Junto al mismo que estando tú fiel a la primera trabajadera
de las que lo soportan cada domingo azul y plata, elevabas para mandarles a los
que tenías en el cielo miles de besos.
Ahora nosotros, tan huérfanos que nos sentimos vacíos,
deseamos que llegué esa primera “levantá”. Ese primer momento en el que Jesús
se suelte del madero, deje a un lado su cruz y te traiga de nuevo hasta
nosotros, para que desde el palo que solo llevan los privilegiados, puedas
volver a pasearlo por el barrio.
Que nombre más dulce tienes, amigo mío.
Importante para muchos: tu familia, tus amigos, tus hermanos…
incluso para aquellos que no conociste, a los que le regalaste tu vida, como
solo saben hacerlo los campeones. Tú al igual que tu Madre bendita, diste antes
de irte lo que a otros tanta falta les hacía, sin duda, tu mejor chicotá por
esos siete valientes.
Hoy tengo el corazón vestido de luto, pero sé que si
estuvieras aquí, me dirias que creyera, que ha sido
voluntad de Él, siempre con esa fe que llevabas por bandera.
Yo aquí te espero, no tengas prisas y tomate tu tiempo que mientras
estaremos recordando esas anécdotas que contabas, esas risas profundas de hace
años y la amistad pura que nos enseñaste a tener.
Solo añadir que me siento afortunado de haber tenido en mi
vida a uno de los mejores corazones que yo he conocido y con los que me he
cruzado. Sinceramente espero que allá donde te encuentres, me cuides y te
conviertas en mi estrella protectora pues no podría pedir mejor aliento para
seguir siendo fiel a eso que tanto siento, para ayudar a Jesús en su Buena
Muerte a subir al cielo y decirte, Manolo Te quiero.
David Maroto
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